Era el segundo día que estábamos en la selva, cuando dieron las 4H30 de la mañana el teniente con un grito decía: “es hora de levantarse tienen quince minutos para venir a formarse”, todavía seguía oscuro y un frío estremecedor recorría mi cuerpo.
Con la mayor disposición me dirigí hacia mi fila, debía cargar una maleta de por lo menos 50 libras, aquí llevaba los elementos indispensables para nuestro día de supervivencia en el campamento Iwia, ubicado en Shell Mera.
Con botas de caucho, gorra, y mi maleta comenzamos a caminar entre la exótica vegetación que nos rodeaba para adentrarnos a la selva. Todos íbamos en grupo de compañeros, cada uno tenía un ¨body”, así nos enseñaron a llamar a nuestro amigo en la supervivencia, el fango comenzó a cubrir nuestras botas, la sensación de caminar entre caramelo era inevitable, todos reíamos al ver resbalar a algún compañero. Pero esos momentos de diversión sólo duraron hasta que yo también caí y no pude salir por unos cuantos minutos de ese fango que parecía querer tragarme, comencé a desesperarme hasta que con la ayuda de un compañero logre salir. ¡Qué alivio!
Más adelante el sol daba sus primeros rayos del día, yo seguía con la sensación de que entre mis botas caminaban bichos extraños y nadaba en lodo. Entre chistes parábamos en cada lugar para tomarnos una fotografía que nos dejara un memorable recuerdo de aquellos momentos.
Después de 25 minutos de caminata llegamos a la primera estación que era de primeros auxilios. Aquí aprendimos que mientras recorres la selva podrías descubrir un laboratorio biológico que podría salvar vidas.
El encargado de está estación era un Shaman que en la noche anterior nos había realizado una limpia para alejar de nuestra visita toda la mala vibra. Con una sonrisa nos dio la bienvenida y nos invitó a sentarnos en troncos de árboles adaptados para estar cómodos y empezar su exposición.
Plantas de todo tipo es lo que pudimos observar, uña de gato, copaiba, achiocat entre otras diversidades es lo que la naturaleza regala a estos nativos de la selva para prevenir enfermedades. Fue así como el Shaman nos brindó algunos consejos útiles de los árboles para estar prevenidos en cualquier momento.
La sangre de dagro por sus propiedades desinflamantes y cicatrizantes se ha consolidado como una de las plantas de mayor importancia en la selva. Los nativos no desperdician ninguna da estas plantas pues son consideradas además bondadosas por ser provenientes de los dioses.
Algunos intrépidos compañeros probaron de todo un poco desde unas gotas para curar la sinusitis hasta unos deliciosos gusanos llamados chontacuros, ricos en proteínas.
Terminada esta estación comenzó a caer la lluvia, cada uno con su poncho de agua trataba de cubrir por completo su cuerpo y su mochila. Los tenientes nos habían recomendado colocar todo lo que llevabámos en las maletas en fundas plásticas para que no se humedezca.
Continuamos con la caminata hasta llegar a la segunda estación donde nos enseñaron las trampas para cazar animales. Para cualquier espacio de supervivencia es importante estar alimentados para obtener la energía suficiente durante todo el día y además descubrimos cómo hacer una caña de pescar con material natural para capturar a los peces.
El frío nos consumía, mi ropa estaba húmeda y mis pies cansados. Llegué hasta la tercera estación exhausta y un teniente muy amable nos indicó la forma en la que debíamos armar el hamaca toldo que nos habían proporcionado para dormir esa noche. Una hamaca toldo es una hamaca que utilizan los militares para dormir en la selva, debe ser amarrada entre dos árboles a una distancia en relación al cuerpo. Está cubierta por un toldo y a los lados hay una malla que impide la entrada de insectos indeseables.
Al principio me aburrí mucho, pero se venía lo mejor, lo único que necesitaba mi cuerpo era alimento. En la cuarta estación aprendimos como elaborar el fuego para poder cocinar nuestros alimentos con tan solo una vela, repelente y una lata de atún. Minutos más tarde los militares habían preparado pinchos con carne de mono, gallineta, pescado, y arroz al más estilo de supervivencia; tengo que reconocer que el almuerzo nos cayó de maravilla pues pude continuar con energía hacia el lugar donde nos tocaba pasar la noche.
A pesar del frío, el peso de mi mochila, la desesperación de ver a algunos compañeros llorar, ver el lodo por todo mi cuerpo y la variedad de insectos pasear entre mis cosas; la experiencia de supervivencia fue única para mí. No sólo valoré mi casa; sino que además aprendí a conocer cuáles son las verdaderas limitaciones en mi vida.
Con la mayor disposición me dirigí hacia mi fila, debía cargar una maleta de por lo menos 50 libras, aquí llevaba los elementos indispensables para nuestro día de supervivencia en el campamento Iwia, ubicado en Shell Mera.
Con botas de caucho, gorra, y mi maleta comenzamos a caminar entre la exótica vegetación que nos rodeaba para adentrarnos a la selva. Todos íbamos en grupo de compañeros, cada uno tenía un ¨body”, así nos enseñaron a llamar a nuestro amigo en la supervivencia, el fango comenzó a cubrir nuestras botas, la sensación de caminar entre caramelo era inevitable, todos reíamos al ver resbalar a algún compañero. Pero esos momentos de diversión sólo duraron hasta que yo también caí y no pude salir por unos cuantos minutos de ese fango que parecía querer tragarme, comencé a desesperarme hasta que con la ayuda de un compañero logre salir. ¡Qué alivio!
Más adelante el sol daba sus primeros rayos del día, yo seguía con la sensación de que entre mis botas caminaban bichos extraños y nadaba en lodo. Entre chistes parábamos en cada lugar para tomarnos una fotografía que nos dejara un memorable recuerdo de aquellos momentos.
Después de 25 minutos de caminata llegamos a la primera estación que era de primeros auxilios. Aquí aprendimos que mientras recorres la selva podrías descubrir un laboratorio biológico que podría salvar vidas.
El encargado de está estación era un Shaman que en la noche anterior nos había realizado una limpia para alejar de nuestra visita toda la mala vibra. Con una sonrisa nos dio la bienvenida y nos invitó a sentarnos en troncos de árboles adaptados para estar cómodos y empezar su exposición.
Plantas de todo tipo es lo que pudimos observar, uña de gato, copaiba, achiocat entre otras diversidades es lo que la naturaleza regala a estos nativos de la selva para prevenir enfermedades. Fue así como el Shaman nos brindó algunos consejos útiles de los árboles para estar prevenidos en cualquier momento.
La sangre de dagro por sus propiedades desinflamantes y cicatrizantes se ha consolidado como una de las plantas de mayor importancia en la selva. Los nativos no desperdician ninguna da estas plantas pues son consideradas además bondadosas por ser provenientes de los dioses.
Algunos intrépidos compañeros probaron de todo un poco desde unas gotas para curar la sinusitis hasta unos deliciosos gusanos llamados chontacuros, ricos en proteínas.
Terminada esta estación comenzó a caer la lluvia, cada uno con su poncho de agua trataba de cubrir por completo su cuerpo y su mochila. Los tenientes nos habían recomendado colocar todo lo que llevabámos en las maletas en fundas plásticas para que no se humedezca.
Continuamos con la caminata hasta llegar a la segunda estación donde nos enseñaron las trampas para cazar animales. Para cualquier espacio de supervivencia es importante estar alimentados para obtener la energía suficiente durante todo el día y además descubrimos cómo hacer una caña de pescar con material natural para capturar a los peces.
El frío nos consumía, mi ropa estaba húmeda y mis pies cansados. Llegué hasta la tercera estación exhausta y un teniente muy amable nos indicó la forma en la que debíamos armar el hamaca toldo que nos habían proporcionado para dormir esa noche. Una hamaca toldo es una hamaca que utilizan los militares para dormir en la selva, debe ser amarrada entre dos árboles a una distancia en relación al cuerpo. Está cubierta por un toldo y a los lados hay una malla que impide la entrada de insectos indeseables.
Al principio me aburrí mucho, pero se venía lo mejor, lo único que necesitaba mi cuerpo era alimento. En la cuarta estación aprendimos como elaborar el fuego para poder cocinar nuestros alimentos con tan solo una vela, repelente y una lata de atún. Minutos más tarde los militares habían preparado pinchos con carne de mono, gallineta, pescado, y arroz al más estilo de supervivencia; tengo que reconocer que el almuerzo nos cayó de maravilla pues pude continuar con energía hacia el lugar donde nos tocaba pasar la noche.
A pesar del frío, el peso de mi mochila, la desesperación de ver a algunos compañeros llorar, ver el lodo por todo mi cuerpo y la variedad de insectos pasear entre mis cosas; la experiencia de supervivencia fue única para mí. No sólo valoré mi casa; sino que además aprendí a conocer cuáles son las verdaderas limitaciones en mi vida.
1 comentario:
Que bueno este artículo. Muy bueno que expongas tus experiencias y más cuando estas son únicas como te ha ocurrido a ti, y que de estas saques aún tus propias consecuencias es excelente. Nunca he estado yo en el oriente y me agrada conocerlo más que sea por tus experiencias y cono cer las limitaciones que se tienen en esas tierras.
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